lunes, 23 de mayo de 2011


El padre, hoy, más ausente de la familia que nunca

¿Se puede educar a un hijo al que no se conoce? ¿Es indispensable la figura del padre en la familia?
¿Influye la generalizada ausencia paterna en nuestra sociedad? ¿Existe verdaderamente el síndrome del padre ausente?
¿Tiene consecuencias psicológicas sobre los niños? Son preguntas que responden a una cuestión de actualidad: la figura paterna se diluye entre el ruido y la prisa; pero las consecuencias pasan factura y no se hacen esperar

A. Llamas Palacios

Hace poco podíamos ver en la televisión la película titulada Nueve meses. La protagonista, Julianne Moore, se quedaba embarazada de su compañero, Hugh Grant. La relación iba bien, hasta que él comienza a plantearse la serie de cambios que se le avecinan ante la llegada del bebé. Una casa nueva, una relación más seria y comprometida..., y lo definitivo y aterrador: un coche familiar, en vez del deportivo que con tanto esfuerzo había logrado comprar. El bloqueo mental ante tal desgracia provoca que no dé pie con bola, y una serie de despistes desafortunados terminan por romper la relación. Ella decide abandonarle, porque su comportamiento infantil y egoísta distan mucho del padre que ella había soñado para su hijo. Pero, por casualidad, cae en manos del padre una cinta de vídeo con la ecografía del bebé. En su casa, solo, descubre en el televisor un ser humano envuelto en una masa gris, con una pequeña boquita que se mueve de vez en cuando, y un corazón robusto que palpita con fuerza y rapidez. Su corazón late, se dice el padre. Y su vida, entonces, cambia para siempre.

No es un secreto el hecho de que la familia ha sufrido grandes cambios en los últimos años. Tampoco lo es el descenso de la natalidad, las dificultades de los padres para compaginar trabajo y vida familiar, la falta de ayudas a la familia, el precio de la vivienda, el coste de la vida en general. Pero mientras se suceden estos cambios, la gente se sigue enamorando, los niños siguen naciendo y la naturaleza sigue su curso.

Nace un niño y, quizá porque durante nueve meses ha ido sufriendo cambios físicos y psicológicos, la madre suele estar más preparada para recibir a su hijo que el padre. Muchos sostienen que es la madre quien tiene una relación más profunda y estrecha con su hijo, que marcará a éste durante toda la vida. Sin embargo, la importancia del papel del padre en una familia a veces se olvida o se minusvalora, cuando la relación de un padre con un hijo es de una riqueza inmensa, riqueza de la que se priva hoy a muchos niños.

Al principio, se hablaba del padre ausente en la familia en casos de divorcio o separación. Más adelante, el término padre ausente empezó a aplicarse también en aquellas familias en las que el padre, por motivos de trabajo, de prioridades, o de inconsciencia, ha abdicado de su labor como padre, volcando sus responsabilidades en otras personas como la madre, los abuelos, o incluso los profesores.

El papel de un padre en la familia es totalmente complementario al de la madre.

El profesor Aquilino Polaino, psiquiatra, que ha publicado numerosos trabajos sobre la paternidad, explica que «el papel del padre en la familia es absolutamente necesario e imprescindible, aunque con características distintas al de la madre. Los hijos necesitan de un padre y de una madre. Lo veo con mucha frecuencia en terapia familiar: cuando hay un conflicto entre una madre y un niño pequeño (que el hijo tenga trastornos de conducta, por ejemplo), en la medida en que el padre se implica, el trastorno de conducta puede mejorar; si no se implica, puede empeorar.

Hasta la mitad del siglo pasado –sigue afirmando el doctor Polaino– el padre asumía el papel de proveedor de la familia, se dedicaba a llevar los recursos económicos necesarios para sacar la familia adelante, y sin embargo era un perfecto delegador en la mujer de todo lo que fuera actividad doméstica, educación de los hijos…, y creo que la educación de los hijos no es delegable por ninguno de los dos. Con independencia de que los dos sean proveedores, o lo sea uno sólo. ¿Por qué? Porque los papeles del padre y de la madre no son sustituibles, sino que se complementan. Más aún. La relación que hay entre marido y mujer tiene que ser la mejor posible, no sólo por ellos dos, que naturalmente son los que van a salir ganando, sino que los hijos tienen derecho a que la relación de los padres sea la mejor posible».

Doña Paloma Miralles es psicóloga clínica y especialista en Estrategias para mejorar las relaciones interpersonales, además de madre de dos niños. En declaraciones a Alfa y Omega, comenta que «padre y madre son iguales pero completamente distintos. Hombre y mujer hacen las cosas de distinta manera, y al niño eso le enriquece muchísimo. Ahora, desde que soy madre, además lo compruebo en primera persona, que no es lo mismo que leerlo y verlo en teorías. En casa, a diario, es importante que exista una pareja, porque cuando uno ya ha superado su cota de cansancio, llega la otra persona y continúa con la tarea inacabable hasta que acuestas a un niño. Eso también es muy importante, porque el que está cuidando del niño llega un momento en que se cansa física y psicológicamente».

«La familia española –según don Javier Elzo, sociólogo y profesor en la Universidad de Deusto– vive la revolución silenciosa de la emancipacion de la mujer. La mujer empieza a ocupar un lugar en la sociedad. No solamente, y de forma subalterna como hasta ahora, en la familia. El problema es que la mujer lo ha hecho, en un primer momento, teniendo como modelo al hombre en el todo social y, dentro de la familia, bajo el paradigma igualitario (el padre debe hacer lo mismo que la madre, con la exclusiva excepción biológica). Pero la cosa es aún más grave para el padre, pues su único modelo es su propio padre que, no solamente no le sirve, sino que es visto incluso como un antimodelo (aunque internamente deseado y añorado por muchos maridos). Afortunadamente, estamos saliendo de esta situación, no sin desgarros y dificultades, bajo el modelo de la equidad y de la diferenciación sin jerarquías. Pero el gran reto del futuro está en si, en la nueva familia, primará el individualismo de cada miembro de la pareja (modelo dominante en los países de tradición protestante), o la educación (o al menos la protección) de los hijos (modelo dominante en los países de tradición católica».

La otra cara de la moneda

Hoy afortunadamente, hay muchos padres que empiezan a comprender que el matrimonio y la educación de los hijos es cosa de dos. Se calcula que en el norte de Europa un 50% de los padres solicita un permiso parental durante el primer año de vida de sus hijos, para estar junto a ellos en sus primeros meses de vida. En Estados Unidos hay todo un movimiento de padres amos de casa (At home Dad´s) organizados. Allí son unos dos millones de hombres los que llevan las riendas del hogar, mientras sus esposas trabajan, porque las circunstancias han provocado que el marido esté en el paro, o porque la mujer es la que elige trabajar mientras que el marido decide hacerse cargo de la casa y los hijos.

Para ellos hay libros de apoyo, guías para no iniciados y hasta un visitadísimo portal en Internet: www.slowlane.com No se definen como las nuevas mamás, sino padres que, debido a las circunstancias, se encuentran llevando las labores del hogar y cuidando a sus hijos. No quieren ser madres, sus hijos ya tienen una madre; ellos son padres y aprenden a realizar todas las tareas que antes sólo realizaba la mujer.

Desde que, en el año 1999, entró en vigor en España la ley de Conciliación de la vida familiar, y se amplió el número de semanas que podían solicitar los padres ante la nueva paternidad, los permisos de maternidad solicitados por el padre han aumentado considerablemente, tan sólo en un año: de 2000 a 2001. Según el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, en el año 2000 los permisos de maternidad disfrutados por la madre fueron 190.574; los disfrutados por el padre, 1.875. En 2001, hubo registrados 205.966 permisos de maternidad disfrutados por la madre, y 2.729 disfrutados por el padre. Esto hace pensar que, afortunadamente, hay todavía muchos padres que comprenden que sus hijos necesitan de su presencia tanto como la de su madre.

Pero, junto a estos datos esperanzadores es necesario señalar que la ausencia del padre en la familia conlleva muchas más consecuencias negativas de las que nos imaginamos: «No hay profesor de universidad o de EGB que no se queje de que los alumnos van muy mal preparados –explica el doctor Aquilino Polaino–. No conocen ni las mínimas normas de respeto en la relación social, de comportamiento. ¿Por qué? Porque el padre está hoy más ausente que nunca, y, si me apuran, también la madre. Yo entiendo que muchos matrimonios, para salir adelante, tienen que trabajar los dos. Pero entiendo también que la mejor manera de hacer infelices y desgraciados a los hijos para toda su vida es el modo en el que se les está tratando. Un padre no puede salir de su casa a las 6 o 7 de la mañana, y volver a las 10 de la noche, cuando todo el mundo está ya acostado, porque entonces es como no tener padre. Sé que hoy hay muchos padres varones que cambian los pañales a sus hijos, que los acuestan, los bañan…, pero yo no me refiero a eso.

Si un padre no está dispuesto a jugar, perder el tiempo jugando, con su hijo de un año de edad, no puede ser un buen padre. Aunque se desviva después trabajando para pagarles cursos, y los mejores colegios posibles. Yo a muchos padres les digo: Mire usted, trabaje dos horas menos. No lleve a sus hijos a esos colegios tan caros, lleve menos recursos a casa, y esas dos horas de trabajo, déselas a sus hijos. Ya verá usted cómo incrementa su afectividad, su potencial cognitivo, su desarrollo, su afectividad, su posición en el mundo, mucho más».

Las consecuencias del abandono afectivo de los niños no se hacen esperar. «La ausencia del padre –afirma el doctor Polaino– conlleva centenares de consecuencias patológicas: déficit de autoestima; falta de conocimiento personal; no descubrir las cosas positivas que un niño tiene; no respetar al otro; admirar mucho a su padre, pero no atreverse a imitarlo; ser retraído; estar inhibido; no participar en conversaciones afectivas; ser tímido; nivel de aspiraciones bajo; formar un autoconcepto negativo; en muchos casos, enormes crisis de ansiedad...; hay muchos niños que lloran en la cama, y los padres ni lo saben; cuadros depresivos…

En un estudio –continúa el doctor Polaino– realizado a niños de 8 a 12 años de edad, sobre más de 12.000 niños de Galicia, Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia, se comprobó que un 7% de ellos tenían depresión infantil. Y, sin embargo, ¿cuántos niños se tratan de depresión en el país?: probablemente la raíz cúbica de los que hay. ¿Qué ocurre si un niño tiene desde los 7 años un cuadro depresivo y se le diagnostica a los 19 años…? Pues que todo el destrozo que se ha producido, le va a condicionar hasta que se muera: desarrollo cognitivo, irrecuperación total de la depresión, desarrollo de la afectividad… ¿Cómo se dan cuenta los padres de esto? Si están ausentes, no se dan cuenta, y ojos que no ven, corazón que no siente. Se dan cuenta si ven que el niño ha perdido peso, ha bajado el rendimiento escolar y no sabe por qué, que al niño antes le gustaba la tele y ahora no le gusta, que tarda en dormirse, está irritable, se comunica mal, antes preguntaba y ahora no pregunta, no quiere saber nada de sus amigos…»

Los datos que proporcionan los estudiosos son muy graves. Pero son criterios que hay que conocer para poder juzgar la situación por la que pasa no sólo la familia, sino la sociedad en general.

Responsabilidad diferida

Una crisis de autoridad, o mejor dicho, de ausencia de responsabilidad, atraviesa la estructura de la población de punta a punta. Los valores que impulsan la sociedad que nos rodea se mueven a golpe de últimas horas, de superficialidades, de eficacias, de post modernismos que están de vuelta de todo. ¿Quién quiere crecer hoy? ¿Quién quiere hacerse viejo, quién quiere tener arrugas o engordar? ¿Quién se quiere hacer cargo de un hijo que le obligará a cambiar de coche? ¿Quién quiere sacrificar unas vacaciones de lujo por una familia numerosa? ¿Quién quiere hacerse con un cargo de responsabilidad en el trabajo, que le exija tomar importantes decisiones y dar cuenta de cada una de ellas?

Don Javier Elzo, profesor de Sociología de la Universidad de Deusto, subraya que la sociedad española «sufre una crisis de autoridad, en gran medida como consecuencia de los cuarenta años del anterior régimen autoritario. A ello se ha unido el hecho de que en España es donde la generación que hizo la transición aplicó la máxima de mayo del 68 de prohibido prohibir. Esto ha dado lugar a una sociedad de derechos sin el correlato de los deberes y responsabilidades. Nadie se responsabiliza de nada, todo es responsabilidad diferida. También en la familia, obviamente. Si algo va mal la culpa es de la escuela, de la televisión, de la sociedad, del otro (del padre, dirá la madre, y viceversa). A los hijos se les ha educado en ese clima de meros sujetos de derechos y muy poco de responsabilidades. Se les ha colocado en un pedestal..., aunque tampoco se les ha dedicado mucho tiempo, todo hay que decirlo».

Los medios de comunicación, a su vez, contribuyen a mantener un estado de las cosas en el que no sólo no se plantean alternativas, sino que esas alternativas suelen ser criticadas y ridiculizadas. La falta de creatividad de los periodistas, especialmente en las programaciones de la televisión, asesina el sentido común, y se crean estados de opinión ficticios que intentan vender como verdaderos, reales. Las minorías se convierten en mayorías, porque son los únicos que están presentes en la pequeña pantalla; la fama y las riquezas se consiguen de la noche a la mañana, y todo eso, en cantidades ingentes, ha atrofiado nuestros sentidos, y además –esto es lo más triste de todo– nuestra imaginación. Por eso parece que vivimos en una vida rosa, como aquella canción, sin momentos de silencio, ni de interiorización.

Don José Luis Gutiérrez, miembro del Consejo Pontificio para la Familia, afirma que «crisis ha habido siempre, pero la actual presenta características inéditas. El sentido superegoísta e individualista de la libertad. Hoy se considera, por parte de ideólogos y de no pocos medios de información, que la mejor vía de realización del hombre es dejar abierta toda la ventana de posibilidades que el hombre puede realizar con su libertad. Y eso no es así. Hoy, el varón y la mujer piensan que pueden hacer con su libertad lo que les dé la gana. Antes, la mujer y el varón estaban dentro de una canalización social. Ahora se ha suprimido el canal, y esto es una inmensa llanura abierta a una avenida de armas devastadoras. Y el varón, lejos de tener clara conciencia de que debe ser un elemento ejemplificador de la vida dentro de los cauces de la ley natural y la ley positiva, hoy también quiere hacer lo que le dé la gana. Y esa es una de las raíces del divorcio y las crisis del matrimonio».

«Bajo la crítica al autoritarismo –explica el profesor Polaino–, lo que hay es una disolución, abolición, extinción de toda autoridad. Hoy nadie quiere tener autoridad, no personalizar nada, ser masa anónima e informe, porque así no somos responsables. Si así nos pasa a los adultos, ¿cómo se le puede pedir a un niño, cuyos padres nunca han ejercido la autoridad con él, que respete al profesor? Es imposible. Y si no respeta al profesor, que tiene allí todos los días, ¿va a respetar la autoridad de la vía pública, los semáforos en rojo, la prohibición de tomar alcohol hasta los 18 años?»

Posibles soluciones

Durante el embarazo, no es sólo la mujer la que va a sufrir una serie de cambios; sino que la vida también cambiará radicalmente para el futuro padre. Es precisamente éste el momento de asumir que la vida cambiará para los dos. Los especialistas opinan que el padre debe hacer un importante ejercicio de reflexión: ¿Cómo voy a educar a mi hijo? ¿Cuánto tiempo estoy dispuesto a dedicarle? ¿Hasta qué punto voy a involucrarme? ¿Estoy dispuesto a sacrificar el éxito profesional, al menos en los primeros años de su vida?

Son precisamente éstas las preguntas que no se hacen muchos futuros padres, y que el niño acusa cuando ha llegado al mundo. Para la psicóloga Paloma Miralles, «una forma muy sencilla, por ejemplo, para comenzar a involucrarse con el cuidado de su hijo, es con el baño del niño. Muchos padres empiezan a colaborar así. Tienen que llegar al baño del niño, y ése es su momento. Comienza una relación entre ellos, desde que son bebés, por la mirada, la postura… Los bebés los están viendo, y a ellos les va enganchando».

Lo ideal es que los padres vean soluciones para organizarse entre los dos una vez que nazca el niño. Cada matrimonio encontrará las fórmulas que mejor les convengan, pero tienen que comprometerse a asumirlas. Porque parece que es la madre la que tiene que reducir su horario de trabajo, cogerse un año de excedencia, la hora de lactancia, o la baja más larga de maternidad. Pero es que el padre también puede cogerse sus horas y su tiempo. «Es un cambio de mentalidad muy grande –afirma la psicóloga Miralles–, pero tiene que haber mucha comunicación en la pareja. ¿Qué queremos hacer? ¿Qué está por delante? ¿Cómo podemos llegar a ese objetivo que es la educación de nuestros hijos? Solamente con que los padres se plantearan con tranquilidad qué van a hacer cuando tengan el niño, el 50% del problema de la ausencia paterna estaría solucionado».

Tomado de Alfa y Omega, www.alfayomega.es


La otra crisis: Adiós a la cultura del esfuerzo

Hispanidad, martes, 17 de agosto de 2010
http://www.hispanidad.com/noticia.aspx?ID=138107

Algunos piensan que la juventud es un divino tesoro que se va para no volver. Pero otros opinan que los adultos no tienen nada que envidiar a la juventud de hoy en día, y que por nada del mundo cambiarían su madurez por la lozanía que dan los pocos años.

Y es que, desde bien pequeñitos, vemos cómo los padres se doblegan ante las peticiones continuas de sus hijos: ellos son los que marcan el horario de las comidas, de ver la televisión, de irse a la cama y de levantarse. Ellos son los que patalean sin descanso hasta que consiguen estar en brazos de su padre, regocijarse con su chupete reseco, comer lo que les apetece, recostarse en el lecho marital, visionar los dibujos animados cien veces vistos…

Pasarán los años y, si los padres no entran en razones y se ponen en su sitio, el malcrío de los hijos irá a más: su madre le hará la cama y le llevará la ropa sucia al lavadero, su padre le preparará el desayuno, el almuerzo y la merienda, el abuelo cargará con su mochila camino del colegio, las tardes las pasarán en el parque y viendo sus programas favoritos, la hora de irse a dormir será una incógnita permanente…

Y así un año tras otro, en toda circunstancia, en todo tiempo y lugar el niño tendrá siempre la razón de su parte, porque sus padres no han ejercido la suya nunca jamás. Por eso, para nada servirán los reproches de los maestros y profesores, los consejos de sus familiares, las advertencias de sus vecinos… su hijo se saldrá siempre con la suya.

La falta de voluntad, el inexistente esfuerzo y la ausencia de contradicciones ha infectado todas las actividades juveniles, hasta las deportivas. Ahí están las declaraciones de Toni Nadal, tío y entrenador de nuestro tenista campeón, que ve con pesimismo el futuro de nuestro deporte, pues "la juventud tiene menos espíritu de sacrificio, por lo que hay que adaptarse a la nueva situación". Sí, hay que acomodarse a su actual ritmo de trabajo, bajar la exigencia y aportar nuevos alicientes para que el joven siga practicando ese deporte que le podría llevar a la élite.

La ausencia de contradicciones, de la cultura del esfuerzo, tendrá en el joven consecuencias graves en un futuro cercano, cuando la influencia de sus padres en su entorno desaparezca, cuando llegue a la universidad, ocupe un puesto de trabajo, y se enfrente a la frustración del fracaso antes nunca vivido.

Y pasarán los años, y muchos de ellos ni se plantearán formar un nuevo hogar, pues, mientras sus padres estén ahí... Sólo los más audaces se lanzarán a esta aventura, pero pronto echarán la toalla cuando lleguen nuevas contradicciones, negaciones a sus deseos y obligaciones extra con la llegada de la prole.

Pasarán los años, y sus padres llegarán a la ancianidad y a la dependencia. Una dependencia que ellos no querrán asumir. Y seguirá aumentando el número de residencias de ancianos, pero también su coste y la disminución de la herencia futura. Así que aprobarán por ley la eutanasia obligatoria a los ochenta años. Y seguirán disfrutando de su vida vacía, malgastando los bienes que sus padres consiguieron con esfuerzo y tenacidad.

Pasarán los años y llegará el día de su ochenta cumpleaños. Quizá entonces sean conscientes de su grave error, pero ya será demasiado tarde: morirán arruinados y sin nadie que les llore.

Jesús Asensi Vendrel